EL GATO DE MI MUJER

 

Acabo de darme cuenta de lo mucho que me quiere mi mujer. Todavía recuerdo cuando nos fuimos de luna de miel. Estuvimos en Benidorm. Nos tocó una rifa parroquial en combinación con la lotería nacional de aquella Navidad. Nosotros tuvimos el número que daba derecho a disfrutar durante una semana con todos los gastos pagados en un hotel de Benidorm. Recuerdo que al día siguiente de nuestra boda, el cura nos acercó en sus cuatro latas a Villatresburros, que era la localidad de dónde salía el autobús del Inserso. ¡Qué no son capaces de hacer los curas con tal de ahorrarse unos céntimos! Nos llevó durante veinte kilómetros de carretera sinuosa, que más que de luna de miel parecía que nos estaban practicando el martirio de san Lorenzo. Madre mía que sufrimiento de carretera. Cuando nos subimos en el autobús estaba lleno de personas mayores. Fue el único momento que me di cuenta. A nosotros nos tocó al final y yo ya no tuve más ojos que para María, mi María del alma. Es verdad que de vez en cuando se oían toses. Pero quién iba a pararse en esas pequeñeces cuando estás de luna de miel.

            Al llegar, dimos una vuelta por Benidorm y no vimos a nadie de nuestra edad. Era invierno y por todos sitios nos encontramos personas mayores. Decidimos no salir de la habitación del hotel, excepto para las comidas.

            Cuando llegamos al pueblo me estaba esperando mi trabajo como contable en la fábrica de muebles, la única que había en toda la comarca. Mi turno iba desde las ocho que entraba hasta las tres de la tarde que salía. Llegaba a casa y mi mujer me tenía preparada la comida. Después me coloqué también de contable, en una distribuidora de fruta para toda la comarca. Trabajaba desde las cuatro hasta las diez de la noche, aunque muchas veces tenía que dedicarle más tiempo porque tenía muchas cuentas que  solventar. Al llegar a casa mi mujer me tenía preparada la cena. Cuando apenas había terminado, yo me quedaba como un tronco delante del televisor. Ella me decía que nos fuéramos a la cama.

            Todos los días de la semana eran iguales. Hace cosa de un par de meses le dijeron a mi mujer que no podía tener hijos. Entonces se compró un gato. Cuando llegaba a casa ella me decía que tenía que sacar al gato a pasear, que estaba muy estresado por estar tanto tiempo en la casa y que era conveniente que le diera un poco el aire. Durante una hora iba con aquel minimo del demonio como si de mi propio hijo se tratara. Cuando llegaba a casa le decía a mi mujer que estaba hambriento. Ella me decía que había estado muy ocupada con el gato y que me preparara yo la cena. Que mirase si había algo en el frigorífico.

            Al terminar mi primer trabajo me tenía que ir al bar de la esquina para que Evaristo me preparase un bocadillo de calamares que me lo iba comiendo de camino a mi segunda ocupación. Así llevo el último mes. Hace un par de noches, María me pidió la libreta de ahorros porque quería darme una sorpresa. Y vaya si me la dio.

Cuando llegué anoche del segundo trabajo me encontré una nota de mi mujer que me decía: Querido Toni: Tengo una sorpresa que darte. Como me dijiste que te daban estos diez días de vacaciones, he pensado irme con mis amigas al Caribe. Te dejo a Mimí, así llama al gato. Te he dejado el frigorífico lleno de comida. Que te los pases bien.

¡Que me lo pase bien!, me dice la puñetera. Ahora tendré todo el tiempo que cuidar de Mimí. Cuando miré la libreta me encontré que me había dejado un euro con cincuenta y tres céntimos. Pero no tendré que preocuparme por la comida.

            Durante los próximos días estaré descansando. No tendré otra ocupación que estar pendiente de Mimí. Tendré un euro con cincuenta y tres céntimos para gastar y el frigorífico lleno de comida para gatos.