Primer capítulo. Camino de Guadalajara

CAMINO DE

GUADALAJARA

GREGORIO SÁNCHEZ ALARCÓN

 

CAPÍTULO 1. 17 DE JULIO DE 2012

PRESENTACIÓN DEL PROTAGONISTA

ESCENA EN EL BAR CERVANTES

 

—¿Jorge Santacruz?—inquirió mi misterioso interlocutor levantándose de su silla. Era un hombre de mediana edad, alto y delgado, con el pelo corto y gafas.

—Sí, yo soy—. Subí el pequeño entarimado de unos veinte centímetros que había entre la zona de la barra y la de las mesas del restaurante en el que había quedado con este hombre. Me había llamado esa mañana a mi despacho y no tenía ni idea de quién era ni qué quería de mí. Sólo había insistido en que necesitaba

verme.

Había dos entradas de acceso, el resto estaba separado por unos cristales con el nombre del bar-restaurante, que hacía que la acotara de la otra.

—Permítame que me presente. Soy Ángel Álvarez, presidente del club baloncesto Socuéllamos. Nos estrechamos las manos.

—Siéntese, por favor. Se preguntará por qué le he citado—afirmó el presidente.

—No tengo ni la menor idea—le contesté.

—Hace un mes falleció nuestro entrenador del equipo de baloncesto cadete femenino—dijo el presidente frunciendo el entrecejo. Hizo un inciso y me preguntó si quería un café. Yo asentí.

Hasta nosotros llegaba el penetrante aroma del café. En ese momento, la cafetera estaba llenando dos tazas al mismo tiempo. Había dos hombres en la barra.

Uno, que estaba de pie, se tomó su copa de un trago, pagó y se marchó rápidamente. El otro, que estaba sentado en un taburete de madera de cuatro patas, con los pies apoyados en el travesaño delantero y con su espalda ligeramente hacia atrás, en

el respaldo, tenía la cabeza inclinada sobre la parte trasera de sus hombros; olfateaba la suya cerrando los ojos, aspiraba su olor disfrutando ese momento. Poco después, empezó a bebérsela en pequeños sorbos, saboreándola, se tomó su tiempo.

Debía de hacerlo con frecuencia ya que a nadie más le llamó la atención.

Junto al barril, que servía de mesa, se encontraba, empotrada en la pared, una pequeña máquina expendedora de tabaco.

Antes de llegar a la barra había una vitrina con bebidas y frutas, una hermosa piña natural entre ellas, que, a pesar de haber comido, me estimuló mis papilas gustativas.

En la parte superior, justo encima de la barra, aprovechando unos treinta centímetros de bajada del techo, pendían unas pequeñas farolas, que en esos momentos estaban apagadas. En el frontal que quedaba, desde el techo hasta donde colgaban las luces, había unos pequeños cuadros. Al fondo, detrás de la barra, por donde circulaban los camareros, se veía la cocina. La cocinera estaba recogiendo los platos y demás utensilios utilizados horas antes. En la pared de la derecha, encima de la cafetera, presidiendo el bar, un retrato de Cervantes, pintado por un artista local, nos miraba con complacencia.

—Nos enfrentamos varias veces. Pero desconocía que estuviera enfermo y, mucho menos, que hubiera muerto. Lo siento—expresé. Yo era el director de la sucursal de Bancocajadelcliente de Socuéllamos.

—Todos lamentamos su pérdida. Durante muchos años llevó los distintos equipos del club. Siempre empezaba en el centro donde trabajaba como maestro en los colegios públicos: primero en “El Coso” y después en el “Carmen Arias”; que era

donde ejercía su docencia hasta que falleció. Como le he dicho, entrenaba a las cadetes. Las chicas están muy afectadas por su pérdida —manifestó.

—Sí, hace unos meses en semifinales, nos tocó enfrentarnos—afirmé.

—Para la temporada que viene, quedan casi todas las chicas de la anterior, solamente se pasan tres. Nuestro objetivo es clasificarnos para el campeonato de España, que este año se celebrará en nuestra comunidad y el campeón le corresponde una plaza —expuso.

—Ya veo. La misma idea tiene mi antiguo club, Daimiel.

—Nos gustaría que fuera el responsable de dirigirlas.

El camarero nos trajo nuestros cafés.

Mientras saboreaba el mío, me quedé unos instantes pensándolo, ya que la propuesta no entraba en mis planes. Quería tener un año sabático después de muchos sin descansar.

—No puedo ofrecerle una cantidad determinada, todo dependerá del dinero que recaudemos, aunque probablemente será poco.

—No importa. En mi pueblo lo hacía gratis. Al trasladarnos a Socuéllamos pensaba solicitar para mi hija una plaza en el equipo.

—Como le he dicho, nos quedan tres vacantes. Le haremos ficha como una más.

—¿Entrenan en el Roberto Parra?

—Sí. Para cuando empiece, el uno de septiembre, tendré elaborado el cuadrante que le corresponda a cada equipo. No creo que cambie mucho en relación a la pasada. Estamos a mediados de julio y ya la estoy planificando. Tengo depositadas muchas esperanzas en ellas.

—¿De cuántos días estamos hablando? —pregunté.

—Como el objetivo es grande, trataremos de que sean cuatro: lunes, martes, jueves y viernes —dijo.

—De acuerdo —asentí moviendo la cabeza.

—¿Están muy repartidas en los dos centros escolares?

—No, las nueve que quedan van al IES Fernando de Mena.

—Mi hija tiene plaza en el centro concertado.

—Otra chica, que sus padres acaban de adquirir una farmacia, también estudiará allí. Esta mañana su madre me ha pedido si podría jugar con nosotros, lo había olvidado por completo, con las dos solo nos quedará libre otra más.

Estuvimos hablando del material (balones, petos, equipaciones, etc.). Finalmente llegamos al acuerdo de que yo sería el entrenador del equipo para la temporada próxima.

A las jugadoras las conocía, nos habíamos enfrentado varias  veces, por lo que no partía de cero.

—¿Podría tener una reunión con las chicas para poder presentarme? —inquirí.

—No hay problema. Las llamaré y concertaré una reunión para poder hablar personalmente con ellas, aunque alguna, debido a las fechas en que estamos, quizá se encuentre de vacaciones.

En la mesa de al lado estaba un hombre de edad parecida a la nuestra que oyó la charla.

—Perdonen. He oído la conversación y no puedo por menos de presentarme. Mañana me incorporo como jefe de la oficina de correos en Socuéllamos. Mi hija Eva jugó la temporada pasada en el equipo de Pedro Muñoz y este año me gustaría que lo hiciese aquí.

—Muy bien. ¿En qué puesto juega? —le pregunté.

—De alero. El equipo ha estado jugando en la segunda categoría, por lo que no se ha enfrentado a Socuéllamos en liga, aunque lo hicimos en dos amistosos, uno aquí y otro en Pedro Muñoz —explicó el jefe de correos.

—¿A qué centro educativo irá? —le pregunté

—Al colegio Virgen de Loreto —me contestó el jefe de correos.

—Vaya, parece que las tres nuevas incorporaciones estudiarán en el concertado, mientras las antiguas jugadoras lo seguirán haciendo en el instituto —comenté.

—Tengo que marcharme. He quedado con mi mujer, siento no poder quedarme más. Se acercó a la barra y le dijo al camarero que se cobrara nuestros cafés.

Se despidió y se fue. Nosotros seguimos hablando mientras los terminábamos de beber.

A la altura de nuestros ojos, cuando estábamos sentados, unos espejos de unos treinta centímetros, permitían vernos. En la parte inferior, el zócalo estaba recubierto de madera. En la superior, la adornaban unos cuadros gigantes en tonos grisáceos.

Le pregunté por ellos.

            —Este, claramente se ve que es de Semana Santa, quizá de mediados del siglo pasado. Dos tamborileros con sus tambores, y otro vestido de romano con una lanza, varios muchachos a su alrededor estaban mirando fijamente a la cámara para que

los inmortalizara. No paraba de mover las manos.

—En el segundo, había una antigua mercería. Era una tienda de toda la vida, en la que vendían productos para el hogar, como botones, cintas y otras cosas similares. Se encontraba al final de la calle don Quijote —informó.

—¿Al final de la calle dónde está la oficina de Bancocajadelcliente, pero en la acera de enfrente?

—Efectivamente —confirmó.

—Pero ahí, actualmente, hay un bloque de pisos.

—Entonces, en la parte de la calle estaba la tienda, en el interior y en la parte superior, la vivienda.

—Y, ¿esta otra? —pregunté.

—Parece como la recepción de un hotel. La señora que se ve era la antigua dueña del Cervantes, entonces solo era bar. En el piso de arriba había unos billares y, los que querían, podían jugar también a las cartas. Hay una máscara con la cara cubierta y una sombrilla abierta lo que sugiere que estaban en carnaval —expuso—. Finalmente, esta otra se encuentra a la entrada, en el cruce de las carreteras de Las Mesas y de Pedro Muñoz. El carro arrastrado por el asno, cuando en Socuéllamos eran muy abundantes, nos indican que era un medio muy utilizado en aquella época.

—Muy interesante. Parecen diferentes escenas de la vida de Socuéllamos —le dije frunciendo el entrecejo.

—Entonces, tenemos nuevo entrenador —me dijo mirándome fijamente a los ojos.

—Todo me ha pillado de sopetón.

—Está bien, Jorge. Aquí tiene mi tarjeta.

Yo le di una mía y quedamos en llamarnos.

Me fui con un nuevo halo de esperanza por volver a entrenar a ese equipo en el que también estaría mi hija. Sería un nuevo reto que, aunque no entraba en mis planes, me hacía una ilusión enorme. Dirigir a un equipo que tuviera aspiraciones reales de acudir al campeonato de España.